La última broma de Juan Antonio Ramírez. La Historia del Arte se queda huérfana

Como si de una broma erudita se tratara -tan del gusto de su deificado Marcel Duchamp- el crítico e historiador del Arte Juan Antonio Ramírez nos dejó el pasado viernes 11 de septiembre, aniversario del ataque a las Torres Gemelas, a la edad de 61 años. En los último años se había dedicado a la investigación del mito de la Torre de Babel en la iconografía barroca, quién sabe si como una metáfora de los peligros que nos rodean en la actualidad. Asístí por última vez a una de sus clases magistrales en la conferencia sobre el tema que ofreció hace años en el Museo Reina Sofía. Creo recordar que se titulaba algo así como ‘La caída de la Torre de Babel. Por una historia de la destrucción arquitectónica’. Antes, tuve el privilegio de ser su alumno en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid.

El catedrático Juan Antonio Ramírez, en una imagen de 2002 (CAA, Montréal)

El catedrático Juan Antonio Ramírez, en una imagen de 2002 (CAA, Montréal)

Por esos años, mediados de los 90, era la verdadera estrella del departamento. Lo llevaba siendo durante 20 años en el momento en que me matriculé. Muchos alumnos preferían el discurso esquizoide y efectista de otro peso pesado, el profesor de Estética Fernando Castro, pero el discreto catedrático malagueño Juan Antonio Ramírez representaba para mí todo a lo que se puede llegar en el ámbito de la investigación y la docencia universitaria: estudios siempre originales acompañados de discursos renovadores e integradores. En definitiva, se ha marchado todo un ‘ingeniero’ capaz de abrir nuevos caminos en el hasta entonces encorsetado mundo de la historiografía española del arte.

Su actividad investigadora comenzó en 1975, año en que se publica su tesis doctoral bajo el título ‘Medios de masas e Historia del arte’, libro imprescindible que inauguraba una nueva vía de análisis del arte desde un punto de vista sociológico y semántico. La fotografía, el cómic, el lenguaje fílmico… aparecen por primera vez en España como manifestaciones artísticas en igualdad de condiciones con las Bellas Artes. Bien es cierto que es un libro que le debe mucho al trabajo anterior del aclamado semiólogo italiano Umberto Eco, pero ésto no resta méritos a que un jóven menor de 30 años inaugurase  en nuestro país una nueva metodología en la Historia del arte. Personalmente, el libro en cuestión, que lo leí en mi primer año de carrera, 1995, resultó ser una revelación. Unificaba mi interés por los medios de comunicación con la tradición visual occidental. No era extraño, el profesor malagueño estaba licenciado en Historia del arte y en Periodismo cuando realizó su tesis.

Ni que decir tiene que este detalle ha sido crucial en mi vida profesional, pues Ramírez se convirtió en algo así como un referente en el momento en que decidí embarcarme en  la aventura del Periodismo años después de licenciarme en Arte. Se lo hice saber la última que le vi, hace ahora año y medio. Yo cubría para ‘El Mundo’ la feria de ARCO y me lo encontré: -Que sepa que estudié periodismo porque usted también lo hizo-, le dije.  Se sorprendió. Ya tenía media cara paralizada, me auscultaba con sus pequeños ojos de miope intentando recordarme. Lo consiguió cuando le comenté un par de episodios de mi paso por la facultad que le provocaron una sonrisa sincera.

En clase era pedagogo, algo que se desprende en sus libros. Nada de neologismos posmodernos, nada de cultismos, nada de notas a pie de página superficiales. El discurso estaba perfectamente estructurado, ¡qué fácil era tomar los apuntes! Se movía sin mirar a nadie en particular. Recuerdo su timbre de voz y su mirada huidiza. También recuerdo su despacho, lleno de cachibaches hechos por él. Sus tutorías que valían su peso en oro. En la evaluación premiaba por encima de todo el riesgo bien argumentado. Inolvidables fueron las dos asignaturas que me impartió: ‘Historia del cine y del arte del siglo XX’ y ‘Vanguardias históricas’. Menudas proyecciones (‘Blow up’, ‘El último’, ‘La edad de oro’, ‘Hombres de Arán’…). Inolvidable. Como también lo son sus libros: ‘Arte y arquitectura en la época del capitalismo triunfante’, ‘La arquitectura del cine’, ‘Duchamp: el amor y la muerte, incluso’, ‘Construcciones ilusorias’ …

Me enteré de su desaparición a través de mi amigo Ignacio Estella, compañero en la facultad y ahora profesor de Arte Contemporáneo en la Universidad Carlos III de Madrid. -¿Ahora qué va a pasar?-, me dijo Estella. -¿A qué te refieres?-, le pregunté. -A que ahora no hay nadie que tome el testigo, fíjate en los que se quedan-, respondió.  Demoledor. En el momento en que un investigador muestra una preocupación de estas características es cuando uno toma conciencia de la enorme pérdida que ha provocado en el mundo académico.

Aunque yo no creo que se haya ido. De hecho, estoy convencido de que a partir de ahora forma parte de los solteros  del ‘Gran Vidrio’ de Marcel Duchamp que accionan el movimiento perpetuo del molino de chocolate que, a su vez, generan la energía ‘máchica’ para desnudar a la novia, incluso.

Madrid, Luis Alberto Álvarez (CC)